El hombre artificial

El niño juega sólo en su cuarto mientras papá y mamá conversan en el comedor. Se aburre, cansado de rompecabezas y videojuegos solitarios.

El niño corre hasta el comedor.

—Quiero un compañero de juego —dice, mientras abraza la pierna de papá.

Pero papá y mamá le explican que los adultos tienen responsabilidades que cumplir: deben trabajar, pagar la renta, atender a eventos sociales. Todas cosas muy importantes: no tienen tiempo para juegos.

El niño no entiende muy bien todas aquellas razones. Decepcionado, baja la cabeza. Papá le desordena el pelo y la conversación de los adultos continúa.

Entonce la cara del niño se ilumina.

—Construiré mi propio compañero de juego —anuncia orgulloso—. Así nunca volveré a jugar sólo.

Papá y mamá se ríen con ganas de las ocurrencias de su hijo.

Al día siguiente, mientras mamá y papá están en el trabajo y la niñera mira televisión, el niño recorre la casa. Va al baño, a la cocina, sale al jardín y hasta se atreve a bajar al sótano, donde papá guarda las herramientas. Lleva una mochila que se va llenando de a poco. En la oficina de mamá encuentra un libro de anatomía con figuras y diagramas del cuerpo humano. Lleva todo a su habitación y cierra la puerta.

Para el esqueleto usa ramas secas que encontró en el jardín. Recrea el sistema nervioso con cables que encontró en el sótano. Con cajas de cartón, cintas de embalar, trozos de tela y pedazos de madera arma las piernas y los brazos. Para la cabeza usa un viejo casco de motocicleta. Los ojos son dos bolillas que encontró atrás del sillón.

El niño coloca la última pieza (el corazón: un reloj despertador con brazos en vez de agujas) y el hombre artificial se levanta. Se saludan. El niño le pregunta a que quiere jugar y el el hombre artificial responde que a las escondidas.

Pasan la tarde juntos: juegan en el jardín, ven dibujos animados juntos en el comedor y leen un cuento. En realidad es el hombre artificial quien lee mientras el niño (que todavía no sabe leer) escucha y a veces hace preguntas.

Cuando vuelven los padres, el niño los lleva a su habitación y les presenta al hombre artificial.

—Es un hombre de verdad —dice con una sonrisa—. Yo lo construí y jugamos juntos.

El hombre artificial sonríe con dientes de caramelos de menta. Pero papá y mamá comienzan a reír.

—Es muy lindo —dice mamá—. Pero no es un hombre de verdad.

—Exactamente —explica papá —. Un hombre está hecho de obligaciones y responsabilidades, lecciones y experiencias vividas. No de ramas, cajas y cinta de embalar.

Papá acaricia la cabeza del niño y junto con mamá abandonan la habitación.

El hombre artificial se sienta en la cama. Llora lágrimas de chocolate.

—No estés triste —le dice el niño, sosteniendo su mano de cartón—, yo te voy a convertir en un hombre de verdad.

Al día siguiente el niño esconde al hombre artificial en el ropero, atrás de las camperas de invierno. Deja de leer historietas y de dibujar con sus crayones. Sus juguetes, olvidados, esperan en una caja abajo de la cama. Comienza a leer los diarios y, en vez dibujos animados, ve el noticiero de las diez. Ya no juega sólo en su cuarto sino que ahora se sienta en el comedor y conversa con mamá y papá sobre noticias de actualidad.

Una vez por mes el niño entra al ropero y habla con el hombre artificial. Le cuenta sobre las próximas elecciones, el clima y los precios en el supermercado. El hombre artificial escucha en silencio.

El tiempo pasa. Un día el niño saca al hombre artificial de su escondite. Se sientan en la cama, pero esta vez el niño calla. El hombre artificial se para y se arregla su traje. Alza al niño en sus brazos y lo pone en una caja de cartón. Toma su maletín y, antes de partir para la oficina, guarda la caja de cartón abajo de la cama. Allí, junto a sus juguetes, donde los recuerdos de la infancia van a parar.


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