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Mundo ciego

Abrumados por el excesivo y continuo bombardeo de imágenes, finalmente llega el día en que los ojos se rebelan. Escapan de las cuencas de sus dueños, transformados en pequeñas esferas de luz que se elevan con lentitud. Millones de puntos luminosos inundan el firmamento. Un espectáculo extraordinario, pero no hay nadie para admirarlo.

Abajo, el caos reina entre los hombres. Algunos, temerosos, se encierran en sus casas. Encogidos en una esquina, sollozan sin lágrimas. Otros, se aventuran en la nueva oscuridad. Redescubren calles, plazas y callejones.

Cada vez que un nuevo niño nace, dos pequeñas esferas de luz escapan hacia el cielo.

Con el tiempo la sociedad acepta su nueva condición. Los que ya eran ciegos se alzan como los nuevos líderes y guías. La humanidad, antes tan dependiente de la imagen, debe ahora reinventarse a sí misma.

Las pantallas, antes omnipresentes, ahora son obsoletas. Renace la radio. Las series televisivas transmutan en radioteatros.

Se desarrollan nuevas tecnologías basadas en el sonidos, olores, temperaturas y texturas. Así, eventualmente señales acústicas y táctiles hacen nuevamente posible el uso del automóvil y del avión.

Nuevos diseños de ropa asoman al mercado. Los diseñadores de moda combinan aromas y texturas de formas innovadoras. Colores y estampados pierden su significado.

Pasan los siglos y la humanidad olvida que alguna vez pudo observar el mundo.

Llega el día en que nace un niño y no hay esferas de luz huyendo para perderse en el firmamento. Al principio comparte lo que ve con sus padres y amigos cercanos, pero cuando alcanza mayoría de edad sale al mundo y predica sobre formas, tonalidades y colores. Muchos lo tratan de loco y lo quieren encerrar. Algunos le creen y pronto una multitud lo sigue.

Pero muchos también le temen y un día soleado de noviembre, mientras habla a sus seguidores en una plaza, es asesinado de dos tiros en la espalda. Según testigos, sus últimas palabras fueron: “Que azul es el cielo, que pena que no haya nadie para admirarlo”.

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