Formas de enamorarse en Berlín

Los trictios sólo creen en el amor a primera vista. Cuando se enamoran, lo hacen de lejos, escondidos en una montaña de hojas secas o en lo alto de un poste de luz, sus ojos grandes y centelleantes. Los trictios, normalmente tan desenvueltos, son tímidos en el amor. A veces se aventuran a acercarse y a preguntar, a lo sumo, por un nombre. Pero no se atreven a más.

Con el tiempo el trictio forma una idea de aquella persona en su cabeza: una imagen ideal que se ajusta más a su concepto de amor que a la realidad. Si una vez la vio silbando, asume que sólo ama la música; si la ve hablar con alguien en la calle, deduce que es su pareja y se esconde en lo alto del campanario a llorar su amor no correspondido.

Los trictios se juntan en Friedrichshain, en lo alto de las chimeneas, a contar sus tristes historias. Juntos traman planes y estrategias para finalmente averiguar si él o ella esta en pareja, para conseguir una cita, para robar un beso. Pero aquellos planes nunca se llevan a cabo y el trictio casi nunca confiesa su amor. Más cuando lo hace, el trictio se encuentra con un extraño: una persona tan diferente a su imagen ideal, a aquella sobre la cual había contado tantas historias. Entonces se siente engañado y abandona.

Pues los trictios más que de una persona, se enamoran de llorar historias, de tramar planes, de estar enamorados.

Cuando los toqcas se enamoran, lo hacen en grupo y por referéndum. De naturaleza colectiva y administrativa, confeccionan gráficos de barra y tablas de pros y contras para encontrar el mejor candidato entre sus archivos.

Una vez llegada a una decisión se inicia un complejo proceso burocrático para enviar una invitación por triplicado (una a cada una de las partes y la tercera para los archivos) fijando fecha, hora y lugar de la cita. Pero el procedimiento es tan largo y complicado que no falta el toqca que se olvida de enviar una de las invitaciones o que escribe lugares y horas diferentes en cada una de ellas.

Entonces los toqcas llegan a la cita y esperan por horas, pero nadie se presenta. Tristes y con el corazón roto, olvidan por un momento toda burocracia y se van a Friedrichshain, a lo alto de las chimeneas. Allí, los trictios los reciben con los brazos abierto y escuchan, con un nudo en la garganta, su triste historia de amor.


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